Muros de Palabras II
Todas
las mañanas, cuando salgo a buscar mi café y bebo las primeras bocanadas de
aire del día, me pregunto si los demás, en medio del vibrante ajetreo en el que
viven, se darán cuenta de ese discreto, pero inconfundible olor a tinta que revolotea
por todos lados como si rebotara en los rayos del sol.
Me
gusta imaginar que las historias que sembramos en las paredes de esta ciudad,
empezaron a soltar esporas buscando reproducirse para enraizarse de forma
definitiva a esta existencia. Esporas que buscan escapar de nosotros y de todo
lo que fuimos; para crecer y expandirse pero, sobre todo, para tener la
libertad de ser todo lo que puedan ser.
Con
un poco de suerte ambos viviremos el tiempo suficiente para encontrar, en una
pared en la que ninguno de los dos se hubiera atrevido a escribir, un mensaje
que nos confunda y nos deje con la duda de quién de los dos lo escribió. Tal
vez, en ese entonces, tu memoria no sea tan buena como ahora y empieces a
sospechar que ese mensaje, con la plasticidad de su ritmo, te pertenecía pero
ya lo olvidaste. Pero no será tuyo, ni será mío; nos pertenecerá a ambos,
puesto que será un descendiente de nuestras historias y, aunque no saliera de
tu pluma o de la mía, sabremos reconocerlo. La tinta llama a la tinta.
La
prueba máxima de esto que digo es que, sin darnos una sola pista, seguimos
siendo capaces de encontrar nuestras palabras en esta enorme ciudad de palmeras
y edificios. Sin embargo, esa atracción no nos garantiza que podamos encontrar
todos los mensajes que nos dejamos y es por eso que, a veces, siento la
ansiedad de salir a revisar cada rincón de la ciudad, para recuperar del olvido
cada mensaje tuyo que pudiera mantenerse oculto.
Siempre
consigo controlarme convenciéndome de que la belleza de las cosas radica en su
misterio. Así, después de que veas el último mensaje que te dejé, aquel en el
que te pido que dejes de hacer esto, tal vez pasen meses para que te deje de
leer.
En
el mejor de los casos, tú nunca leerás mi petición y pensarás que ese mensaje
nunca existió y, de la misma forma, yo me convenceré de que nunca lo escribí.
B.
Gibrán Peña Bonales